«Estaba en el aeropuerto de Damasco de camino hacia París, con la intención de asistir al parto de mi única hija y ver a mi nietecita salir de lo «desconocido», para emerger al mundo del ser. El destino que me espiaba estaba allí. Fui detenida y aún lo estoy.
Ni la cárcel, ni los interrogatorios, ni las acusaciones podrán persuadirme de que lo que hice, durante cuarenta años, al servicio de la sociedad que es la mía, pudiese hacer mal ni daño a quien sea. Pues yo fui (y sigo siendo) como mi nietecita, «llegada» al mundo durante mi ausencia, cuerpo y alma, no llevando en mí sino la naturaleza del Creador concedida al hombre y encarnada en él. Y él, el hombre, debe guardarla toda su vida y velar porque sus vicios no se mezclen con la pureza de esa esencia.
Estas palabras están dedicadas a mi querida nieta.»
Abuela Rafah
Traducción de Mariana Alba de Luna Chourreu
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